Pero fueron tantas las veces que tropecé con esa maldita piedra, aun estando ya hecha añicos, que me acostumbré a la sensación de estar rota.
Si bien cierto es que no cambiamos, por mucho que lo intentemos, seguimos siendo los mismos. La esencia no cambia; el alma no cambia.
Y ahí está lo bonito de cada uno: nos encontramos en el intento, en las ganas y la esperanza que nos llena el pecho de sonrisas.
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