El mar rebosa
y corre hacia la orilla
para mojarme los talones.
La sal entra en las heridas
que me dejó el pasado.
Escuecen
pero ya no siento ese dolor
que un día pensé
sería insuperable.
Ahora sonrío al mar infinito
porque soy feliz.
Las pequeñas olas
me acarician los pies.
Ida y vuelta.
Ida.
Vuelta.
Y cada vez que vuelven,
un silbido nace
en forma de espuma caliente.
Sigue lloviendo.
Prefiero quedarme fuera
disfrutando de las gotas
que resbalan por mi piel,
ahora erizada, alegre, eléctrica, viva.
Disfrutando de la lluvia
tal y como ella me enseñó.
Despacio,
la arena me roza el dedo
para dibujarme estrellas en el cielo.
Cierro los ojos con fuerza
hasta que consigo detener el momento.
El olor a arena mojada,
a mar salada,
a Luna recién acunada
se cuela por mis cabos sueltos
y sin predecirlo,
encuentran su fin y su final.
Me levanto y echo a correr
sin mirar a atrás
para olvidar,
para vivir
y recordarme que estoy viva.
Mis latidos aumentan.
Expulso todos mis problemas
en forma de vaho gélido.
No siento las manos,
no siento las piernas,
no siento la lluvia
empapándome los sueños.
No me siento,
pero lo siento todo.
Corro,
jadeo,
aleteo,
vuelo.
Su brillo me persigue, constante.
Entonces,
encuentro ese rincón:
donde se amontonan mis alegrías
mis miedosmis rarezas
mis sufrimientos
mis virtudes
mis defectos
mis pesadillas
mis sueños
mis sentimientos.
Mi vida sin contar.
Con las palabras desordenadas
y una Luna Llena por relatar(me).
No parece que vaya a parar de llover.
No parece que yo vaya a parar de escribir.
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