sábado, 8 de septiembre de 2018

Septiembre

Intento agarrarme a las olas
pero entre mis dedos se escapan,
como la arena
que es tiempo
y el tiempo nunca para.

Cierro los ojos.
Oigo mi respiración entrecortada
cuando hundo las orejas
y me dejo caer sobre la sal;
plomo en una bolsa de cristal.
Vago sin rumbo en pequeños movimientos
que a mi cuerpo se le antojan como desiertos.
Estoy dentro de ella y,
aún así,
no me siento mojada;
rodeada de vacío, 
como todo lo que hemos creado
y en Nada se ha convertido.

Mi cabeza se inunda
de pensamientos, recuerdos y
nostalgia.
Nostalgia de algo que estoy viviendo
pero ya se ha terminado.

Una gaviota pasajera
que nunca más verá esta orilla
ni estas caras.
Unas huellas
que la marea ha arrasado
sin dejar nada atrás.
Una bolla infinita
que nadie va a conquistar.
Y una sonrisa de junio
que en septiembre se ha olvidado.

Pequeñas gotas hinchadas llenan mi piel
maquillada por el Sol.
Un Sol que poco a poco se apaga.
Que poco a poco
se acaba.


¿Aparece la Luna
o es el frío el que llega?


 

domingo, 6 de mayo de 2018

Huele a lluvia


Huele a lluvia.

Huele a vida creciendo en los rincones más húmedos
de cada persona.

Huele a paraguas de sentimientos,
abierto
como cuando florecemos
y todas las pesadillas quedan perdidas.

Huele a tu café frío.
Tuyo
porque no he visto a nadie
beber con tanta ternura.
Frío
porque olvidamos beber
para bebernos
bajo el llanto de todos los que se fueron.

Huele a prisas por cubrirnos de los malos tiempos,
de descubrir nuestros defectos
y amarlos, 
aceptarlos,
querer convivir con ellos.

Momento de zapatos embarrados
y pelos alocados.
De labios corridos
y besos robados.
De jugar con la vida
como un niño
con los charcos.


Hasta en un día soleado,
huele a lluvia;
magia que he aprendido a amar
porque tú me has enseñado.


Huele a lluvia.

Y no puedo dejar de soñarte,
nariz contra ventana
admirando el resbalar de cada gota
y de sus vidas efímeras.

Tú respiras lluvia.
Mientras, 
yo
no me canso de mirarte el
alma.




domingo, 18 de febrero de 2018

Por las calles de Madrid

El tren Madrid-Alicante me devuelve a casa
sin mover yo las piernas,
sin querer con el alma.

A la una de la madrugada
de hace tres días
empezaba mi aventura
que ahora es sueño,
huele a recuerdo
y sabe a dulce mentira.


Por las calles de Madrid, he sido libre.

He fotografiado miradas,
atardeceres, monumentos,
conversaciones, silencios,
caminos,
vidas.
Me he querido correr por el Reina Sofía;
he saboreado el sufrimiento de Picasso y su Guernica
como si se tratase de un duelo entre la muerte y el orgasmo.
Al final opté por lo segundo.
La muerte para los muertos
y el orgasmo, para los vivos.

He bebido vino bueno,
vino malo
y ya no tengo más adjetivos
porque no me gusta el vino.
He celebrado la vida
entre cervezas y pinchos de tortilla.
He volado en metro por Sol, Gran Vía, Callao, Atocha y Tirso de Molina. 
                                                                 -subterránea, pero tocando el cielo-
He charlado con Marwan y Carlos Salem
aunque ellos no supieran que yo soy
Patricia De Tantas.
He hablado de sexo a las puertas de un garito
donde los poemas se convierten en música,
y la música hace poesía.


Por las calles de Madrid, he vivido.

He bailado con cada libro del Barrio de las Letras,
y con todos los escaparates de Malasaña.
He lucido los colores de Chueca en mis latidos.
Me he tatuado en el pecho
los nombres de todos los bares de Lavapiés.
He flotado por los rincones de la Latina
y su rastro desierto en martes.
He llorado en lacasablancadetechosaltosdelsegundoizquiera.
He respirado hondo desde su balcón; 
muy hondo...
tan hondo 
que he notado el silencio jugando con mi lengua,
mezclándose con el humo que salía de una boca
que no era la mía.

Por un segundo
me he sentido dueña de una noche
que al amanecer,
sería leyenda.
De una ciudad
que al volver,
será ceniza.
He saludado a la Luna con el corazón.


Por las calles de Madrid, he sido mía.


miércoles, 10 de enero de 2018

La máquina de escribir

Por fin desempolvo este mágico objeto
que da vida a mis pensamientos.
Es una máquina de sueños vivos, pegados en mi paladar implorando ser escupidos.]
Tecleo con fuerza, frenéticamente. 
Me equivoco
pero me divierto al ver cómo la tinta impregna el papel,
cómo las letras salen disparadas
como si las estuviera lanzando con rabia desde mi mente.

No tengo una meta por la que escribir, 
ni una historia que contar.
Simplemente la felicidad tan simple que me produce el sonido de mis dedos contra las viejas teclas,]
la única luz que alumbra tenue el papel,
la despreocupación de no seguir un camino ya escrito y marcado,
mi ingenuo desconocimiento sobre este maravilloso instrumento en desuso.]

Queda tan bonito equivocarse, 
y sobre todo,
no poder corregir los errores como si fueran arena en el viento.
Equivocarse y saber por qué lo hemos hecho.
Aprender de lo escrito,
y no olvidar lo borrado.

Me siento poderosa por tener la Historia entre mis manos,
por dirigir mis líneas,
mis comas,
mis puntos y aparte.

Desempolvo el pasado de mi abuelo
reescribiendo mis versos
sobre sus recuerdos.

                           LIBERACIÓN.