que da vida a mis pensamientos.
Es una máquina de sueños vivos, pegados en mi paladar implorando ser escupidos.]
Tecleo con fuerza, frenéticamente.
Me equivoco
pero me divierto al ver cómo la tinta impregna el papel,
cómo las letras salen disparadas
como si las estuviera lanzando con rabia desde mi mente.
No tengo una meta por la que escribir,
ni una historia que contar.
Simplemente la felicidad tan simple que me produce el sonido de mis dedos contra las viejas teclas,]
la única luz que alumbra tenue el papel,
la despreocupación de no seguir un camino ya escrito y marcado,
mi ingenuo desconocimiento sobre este maravilloso instrumento en desuso.]
Queda tan bonito equivocarse,
y sobre todo,
no poder corregir los errores como si fueran arena en el viento.
Equivocarse y saber por qué lo hemos hecho.
Aprender de lo escrito,
y no olvidar lo borrado.
Me siento poderosa por tener la Historia entre mis manos,
por dirigir mis líneas,
mis comas,
mis puntos y aparte.
Desempolvo el pasado de mi abuelo
reescribiendo mis versos
sobre sus recuerdos.
LIBERACIÓN.