ladrones de besos sin arte;
Hércules, Ulises y hasta algún rey de los cielos,
dueños de cada paso hacia un futuro olvidado.
Buscadores de sonrisas
en cualquier pub de Marte,
o de un martes cualquiera.
Eran el comodín de toda esperanza,
el salvavidas de esta gata negra de ojos verdes
que una y otra vez,
vida tras vida,
esperaba en el callejón de los sueños rotos.
Se convertían
en compositores controladores de suspiros
y de latidos a ritmo inverso.
Eran principio y nunca final,
mar en calma,
tempestad.
Tinta y poema.
Mi escudo de papel
que se deshacía cuando la lluvia rompía bajo mis pestañas.
Eran, rara vez, domingo de manta y palomitas;
siempre viernes por la noche de cuero y pintalabios rojo.
Quisieron mis manías, mis manos, mi lencería.
Más David que el de Miguel Ángel. Más refugio que hogar.
Fuimos veranos fugaces
de adrenalina
y poco amor.
Nunca fuimos,
pero cometimos el error de pensar
que siempre
seríamos.
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